miércoles, 17 de noviembre de 2010

De cómo lo inevitable vence al nadador


¿Dónde dejaste tu vida? Hubo días en los que tu sonrisa fue auténtica. Caminabas de madrugada sobre el asfalto húmedo por la lluvia de verano, y el agua de los charcos no te resultaba cenagosa. Recuerdo que me decías que tus ojos veían con más claridad de lo que siempre fueron, que la felicidad que habías alcanzado no podía irse con ningún tipo de angustia circunstancial… salvo la que comenzaste a padecer recientemente.
            Hoy tus lágrimas no te permiten ver con claridad. Me gustaría poder quitarte la pena, decirte “tu vida es hermosa” aún cuando guardes la convicción de que no es así, que nunca la fue. Y que todo el amor no alcanza para salvar una vida de la amargura extrema…
            No volverás a ver el amanecer desde la playa. Cuando el mar termine de desintegrarme y sea uno con él, no querrás que el agua corrosiva en la que me convertí refresque tus pies en la arena fría. Las montañas serán tu quimera, y ya nunca más volveré a ver tus ojos de almendra. Nunca más.

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