Más allá de la condensación, más allá de la ebullición, lejos de lo conocido y disperso en algún lugar nunca antes hallado. Cercenado y solo. Sin desesperación y sin paciencia. Busco hundimiento, agua dentro de mí clama agua de lago, agua obscura, agua quieta y sin fluir.
Respiro hondo y bufo el aire. Sorbo y soplo… sorbo y salto. Zambullido, pesado, adentrado en el espejo de agua. De noche las formas no se mueven, vigilan… pero no duermen. Asechanza de lo no vivo, contemplación de lo profundo, el lodo y el limo del fondo no fecundan. Ardor de los pulmones y dolor de las extremidades. Cataclismo de los sentidos, desnudo de los pesares. Solo el agua, el ardor y el frío.
Agua y pulmones, agua y acero, agua y óxido… emerjo. Respiro lodo, respiro agua negra, respiro madre y respiro lo perdido. Respiro por los ojos, lágrimas de lodo, en los ojos… que respiran y se agitan. Aire… aire… violentamente aire y pasivamente noche. Plateadamente luna y sollozado espasmo de recuerdo que nace del pecho. Sonoramente silencio y aturdidoramente brisa.
Frío y noche, obscenidad y noche. Ardor y noche. No hay fuego en la noche, hay humedad en la noche, hay insectos en la noche, hay fragilidad y hay hombre.
Hay en hombre agitación y palpitación pesada. No hay en hombre nada más que la forma de su contorno invisible por la brisa que lo circunda y lo hermana con el lago frío y con el limo olvidado. Inmenso e inmerso, respirando… aún respirando y expirando.
Y más allá de la condensación, más allá de la ebullición, lejos de lo conocido y disperso en algún lugar nunca antes hallado, sumergido y húmedo, hay, ahogado, un recuerdo perdido para siempre como el rocío de la noche al llegar el alba.
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